Lejos del relato clásico de la lucha de los
americanos por conseguir su independencia respecto a los españoles, las
sucesivas guerras de emancipación que se vivieron en los territorios del Imperio español fueron,
en esencia, una guerra civil entre españoles, esto es, españoles de América
contra españoles de Europa. Simón Bolívar, un criollo de ascendencia
española y dueño de grandes plantaciones, era tan español como el que más. Un
buen representante del caudillismo y la intromisión de elementos militares en
la política tan característicos de la
historia ibérica en el siglo XIX.
Fiel a su sueño de crear a toda costa unos
EE.UU. en el sur de América, Bolívar no dudó en imponer su idea del nuevo país
a territorios en los que, como en Perú, se veía con recelo sus intromisiones. Su visión
democrática estaba deformado de origen por la idea de que él y los militares
que habían participado en las guerras de independencia debían gozar de una
posición especial de forma vitalicia. En sus últimos años de vida, el
«libertador» empezó a acaparar poder y actuar de forma despótica, incluyendo
dos años de dictadura pretoriana. La amenaza del ejército peruano de La Mar, la
insubordinación del general de su mayor confianza, José María Córdoba, y un
intento de asesinato el 25 de septiembre de 1828 señalaron la puerta de salida
al caudillo. Bolívar, gravemente enfermo y en proceso depresivo, presentó su dimisión
en 1830 ante el
Congreso colombiano y vivió sus últimos días torturado por
las noticias que llegaban de más y más fragmentaciones de las repúblicas
americanas.
A su
muerte, la figura de Bolívar fue víctima de un
proceso de mitificación en términos inverosímiles, que dura hasta la
actualidad. Sin embargo, no han faltado desde entonces pensadores, incluso de
un espectro ideológico progresista, que comprendieron lo limitada que era la
idea que el libertador tenía de la democracia. El prusiano Karl Marx, considerado junto a
Engels el padre del comunismo práctico, no dudó en criticar con dureza a Bolívar
en un texto titulado «Bolívar
y Ponte», escrito en 1858, donde le presenta como un pésimo
militar con tendencia a acaparar poder.
El Napoleón de las retiradas»
El documento traza
la biografía política de Bolívar, poniendo énfasis en sus tímidos inicios
revolucionarios. De hecho, Marx culpa al criollo del fracaso, en 1812, de la
revolución iniciada por Francisco de
Miranda debido a su cobardía. Cuenta el prusiano que estando
Bolívar al frente de Puerto Cabello, la
principal plaza fuerte de Venezuela, se produjo una insurrección por parte de
prisioneros de guerra leales a la Corona.
«Aunque los
españoles estaban desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición
y de un gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche con ocho de sus
oficiales, sin poner al tanto de lo ocurría ni a sus propias tropas, arribó al
amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San Mateo».
Una precipitada
huida que permitió a los realistas tomar la plaza y, a su vez, forzó a Miranda
a suscribir, el 26 de julio de 1812, el tratado de La Victoria, que sometió nuevamente a Venezuela al
dominio del Rey. Además, Bolívar y varios de sus oficiales arrestaron en
persona a Miranda mientras dormía y lo entregaron al jefe realista, que lo
remitió a Cádiz, donde Miranda murió después de varios años de cautiverio.
«Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio
prestado al Rey de España con la entrega de Miranda», dejó
escrito el mando realista cuando Bolívar solicitó un pasaporte para salir
de Venezuela.
No en vano, Bolívar faltó a su palabra de
marcharse del continente para encabezar a principios de 1813 una nueva rebelión
contra la Corona. Sus tropas tomaron Caracas en un rápido movimiento y abrieron
la puerta a que el caudillo danzara en un desfile propio de los generales
de la Antigua Roma. En palabras de Marx, el
libertador entró «de pie, en un carro de triunfo, al que arrastraban doce
damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas
todas ellas entre las mejores familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza
descubierta y agitando un bastoncillo en la man, fue llevado en una media hora
desde la entrada la ciudad hasta su residencia». Se proclamó, a
continuación, Dictador
y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela y
creó la Orden del Libertador,
un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guardia de corps y se rodeó de
la pompa propia de una corte.
Según apreció el padre del marxismo, esta
dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual «asuntos más importantes
quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego
recurrían a medios odiosos para reorganizarlas». Tampoco tarde el entusiasmo
popular en transformarse en descontento, dando tiempo a las fuerzas realistas a
contraatacar y a reconquistar
Caracas. Cuando Bolívar se vio obligado a refugiarse en Jamaica, en manos inglesas,
junto a sus generales de confianza, aún dejó a su espalda a un grupo de
revolucionarios que resistió en Venezuela hasta
sus últimas consecuencias.
Siempre se las arregló para poner tierra de
por medio a tiempo.
En estas huidas preventivas, opina Marx y
los historiadores que se han acercado a su figura que Bolívar se presentaba
como víctima de alguna facción o enemigo secreto, imaginario o imaginado, que
le había obligado a dejar a sus partidarios atrás para salvar la vida. Una
tendencia a escapar cuando las cosas pintaban mal que llevó a uno de los
generales revolucionarios, el negro María Francisco Piar, a amenazarlo con
llevar el caso a un consejo de guerra por deserción, apodándole con
sarcasmo «El Napoleón de las retiradas». Las
acusaciones de Piar instigaron su condena a muerte por el Consejo Supremo de la Nación acusado
de haber conspirado contra los blancos, atentado contra la vida de Bolívar y
aspirar al poder supremo. Fue fusilado el 16 de octubre de 1817.
El giro más dictatorial
Aparte de la timidez
en combate, Marx considera
al libertador un incompetente en sus decisiones tácticas. En la
campaña decisiva que terminó con la independencia de Venezuela, Bolívar acumuló
un sinfín de derrotas a pesar de contar con superioridad numérica. Para finales
de mayo de 1818, el criollo español había perdido ya unas doce batallas y parte
de la ventaja que había obtenido Piar antes de ser ejecutado.
La salvación de la causa revolucionaria vino
en esas fechas procedente de Inglaterra a través de hombres, buques, munición e
incluso oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos. Marx atribuye al
ejercicio de los ingleses la victoria definitiva en Nueva Granada en el verano de 1819 y
responsabiliza a Bolívar de retrasar la campaña por «perder tiempo en
homenajes» en las distintas ciudades que ocupaba.
El mando directo
sobre esta legión extranjera permitió a Bolívar imponer los términos de lo que
debía ser la Gran Colombia que
sustituyera a las instituciones realistas:
«Mediante su guardia
de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de Lima, que el 10 de
febrero de 1823 le encomendó la dictadura; gracias a un nuevo simulacro de
renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como presidente de Colombia.
Mientras tanto su posición se había fortalecido, en parte con el reconocimiento
oficial del nuevo estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las
provincias altoperuanas por Sucre, quién unificó a las últimas en una república
independiente, la de Bolivia.
En este país, sometido a las bayonetas de
Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo y proclamó el
Código Boliviano, remedo del Código de Napoleón. Proyectaba trasplantar ese
código de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a raya a los dos
primeros estados por medio de tropas colombianas, y al último mediante la
legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también
de la intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas pocas semanas,
su código al Perú».
Como presidente y
libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia,
alcanzó la cúspide de su poder y, a partir de ese punto, comenzó su giro más
autoritario.
En sus dos últimos
años de una dictadura sin disimulo, Marx señala que ejerció durante un
tiempo «una especie de terror militar», que incluyó la condena
a muerte, sin un proceso legal con suficientes garantías, de varias personas
acusadas de haberle intentado asesinar.
En medio de este
ambiente cada vez más opresivo, presentó su dimisión en 1830 ante el Congreso colombiano, si bien murió sin abandonar
completamente el país cuando ya buscaba la forma de regresar de nuevo al poder.
«Súbitos arrebatos de ira»
El general francés Ducoudray-Holstein, contemporáneo
de Bolívar, tampoco tenía una opinión especialmente positiva del criollo. Le
apreciaba una personalidad colérica: «No puede andar mucho a pie y se fatiga
pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos
arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se
desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir
sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter
liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse
hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está
privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasiones y arranques
temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde.
Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el
llamado beau monde, posee un talento casi asiático para el disimulo y conoce
mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas».
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